09 noviembre 2012

El manicomio

Imagen: "Alguien voló sobre el nido del cuco"


Cuando ingresé en el 

"Sanatorio de Santa Marta para Enfermos Mentales con Posibilidad de Recuperación"

lo primero que me dijo mi compañera de habitación es que aquello era un puto loquero, un gallinero. Ni siquiera los médicos perdían el tiempo en repetir el interminable aquel interminable nombre, se limitaban a llamarlo "aquí" o "las instalaciones", supongo que era lo más cómodo. Aunque a veces, en alguna conversación ajena entre celadores, escuché  llamarlo "manicomio".

- ¿Con posibilidad de recuperación? -Repetía con sarcasmo.-¡Pero si Max  habla con el jodido techo! El muy lunático se cree que le responden.
- ¿Y tú por qué estás aquí? -Le pregunté una vez.
- Se empeñan en decirme que Kelly está muerta. Y no en la cama de al lado, que por cierto le has quitado. Pero dime, ¿cómo podría ver y hablar con alguien si está muerto? Aquí los locos son ellos. -Y entonces se pellizcaba el brazo, como hacía cada vez que se ponía nerviosa.
Kelly era su hermana pequeña. Realmente había muerto en un accidente de tráfico hacía dos años, junto a su marido y uno de sus tres hijos. Lola, que así se llamaba mi compañera de habitación, perdió la cabeza después de enterarse. Tras la muerte de sus padres cuando sólo eran dos crías, ella se encargó de criar a Kelly e hizo más el papel de madre que de hermana. Supongo que su corazón ya no estaba dispuesto a soportar más dolor, la realidad se convirtió en algo tan duro que decidió refugiarse en el recuerdo de su hermana. Empezó a hablar sola y a ver fantasmas donde sólo había un vacío inmenso. Cuando su familia llamó al manicomio para que le facilitaran la ayuda que necesitaba, se defendió alegando que querían apartarla del camino para quedarse con sus dos sobrinos y toda la herencia. Desde entonces habla con ella cada día, a todas horas. Coge dos bandejas de desayuno por la mañana y se queja constantemente frente a una silla vacía de lo irritantes que son las enfermeras y de la frialdad de los médicos, que se siguen empeñando en decirle que allí no hay nadie más que ella.

Max sólo era un pobre viejo que creía hablar con extraterrestres. A los 21 años le diagnosticaron esquizofrenia y la enfermedad le arrebató su juventud. Cuando una tarde al volver del trabajo sus padres le descubrieron desnudo sobre el techo de su casa, aceptaron finalmente internarlo una temporada hasta que pudiera estabilizarse. Pero la temporada se alargó demasiado. Al llegar aquí pensó que los enfermeros que lo habían traído eran en realidad dos habitantes de un planeta alienígena que, alertados por su inteligencia y conocimiento de la vida más allá de la Tierra, lo habían traído a una base encubierta para analizarlo antes de llevarle a su planeta. Ya han pasado 30 años desde aquello. Y cada vez que le preguntó cómo se encuentra, me responde lo mismo:
- Emocionado, estoy a punto de vivir algo increíble. Pero no puedo decírtelo, es un secreto.
- Lo comprendo, Max. -Le contestaba con una sonrisa. Y mientras me alejaba me paraba a contemplar esa ilusión en su rostro que se había conservado durante 30 años, como si ayer mismo acabara de llegar al sanatorio.
Lo maravilloso de él es que hacía unos dibujos increíbles. Había días en los que pasaba la tarde entera sentado en una mesa de la sala común, trazando líneas de colores en folios en blanco. Los iba acumulando hasta que con un cariñoso toque en el hombro, una enfermera le avisaba de que era la hora de cenar.
- ¿Qué estás pintando hoy, Max? -Le preguntaba cuando a veces compartía las tardes con él. Perderme en la pasión que le dedicaba a sus dibujos me hacía sentir mejor.
- He soñado con algo, creo que intentan mandarme una señal. Lo dibujo para que no se me olvide más tarde, quizá hoy sea el día.
Y no le preguntaba más, sabía que no iba a responderme. Mantener para sí mismo aquel secreto a voces  era la sal que le echaba a su vida.

Cuando ingresé en el Sanatorio... En fin, cuando me ingresaron en este manicomio, lo primero que me dijeron es que no era más que un puto loquero, un gallinero. Pero conforme me voy alejando del límite de la realidad, inmersa en los delirios de esta gente, me doy cuenta de que esto no es más que una novela. Una historia surrealista y dramática conformada por las cientos de historias de los que estamos aquí, cada cuál más interesante o sobrecogedora que la anterior. Y puede que estemos locos, sí. Puede que el nombre tan esperanzador del centro no sea más que un calmante para mitigar la inquietud. Pero creo que, a pesar de todo, no hay lugar más fascinante que este. Ni aquí ni en ningún otro planeta.


3 comentarios:

  1. Un relato fascinante, nunca pierdes esa chispa en tus relatos sigue así.:)

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  2. Me gusta el nuevo blog, los cambios nunca vienen mal, Roxy.
    Esta historia me ha llegado demasiado, mucha gente trata a las personas de los manicomios como cosas, pero tú... aparte de dotarles de una personalidad nos has hecho creernos que hasta existen!! Me ha encantado este texto, preciosa :)

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  3. Me gusta mucho. hacía mucho que no te leía :)

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