Ayer hablé con mi mejor amigo, se llamaba Luis Leandro. Y digo llamaba porque ha fallecido esta noche. Serían cerca de las doce cuando su mujer me ha llamado entre sollozos y a pesar de que apenas podía entenderla por el sofoco, no me ha hecho falta, ya me temía lo peor. Ha sido todo tan rápido que lo primero que se me ha venido a la mente han sido los 20€ que me debe y que va a llevarse a la tumba. 20€ que escurrió del bolso de su mujer por una apuesta de fútbol de la cual ella nunca se enteró y ya nunca lo hará, le dije que jamás comentaría nada respecto al tema hasta que no lo hiciera él.
Lo curioso de todo es que mañana habíamos quedado para tomar unas cervezas. Y en vez de sentarnos en una terracita bajo el sol del otoño, voy a ir a su funeral. Y con la cara de susto que se me ha quedado y las lágrimas que en shock todavía no se animan a salir, sólo pienso en trivialidades como la primera regañina que nos echó el director en el colegio, la vez que me pinchó el balón de fútbol y la semana que estuve sin hablarle, el día en que fui su padrino de boda y que ambos lloramos de emoción intentando negarlo el uno delante del otro. La nochevieja del 93, los domingos de fútbol -y de apuestas-, el libro que me prestó y que jamás le devolví...
Y ahora, después de más de 30 años, tengo que olvidarme de todo eso y centrarme en el encuentro que tendremos mañana. En cómo voy a despedirme al verlo tan quietecito tumbado en esa cajita, sin poder estrecharle la mano una última vez... Y en lo vacías que van a quedar mis tardes sin esa cerveza a su lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario